Cuando se escribe hay algo que debe quedar en la oscuridad.
Lo que queda convertido en palabra es lo luminoso.
Aunque no siempre es lo luminoso.
A veces es una extraña penumbra.
Y nadie más que el corazón puede ver
en ella.
Pero el corazón olvida que es su trabajo.
Y la razón cree que es el suyo.
Al escribir hay párpados y siluetas.
Bordes de acrílico dormidos en las mejillas.
Parques con variopintos árboles y luces
de ácido.
Todo esto es nada más que una
intención camino de una
poética.
Cuando se escribe es decir
cuando atravesamos la oscuridad
hay algo de nosotros que no irá
hacía la luz.
Algo de lo cual nos despedimos.
Por más que volvamos a leerlo
entre lo luminoso.
Pertenece a las sombras.
Las sombras se llevan mitad de aquello que buscamos decir.
Siempre es así.
Siempre creemos que el poema
- sólo un resultado luminoso -
lleva en si a aquellas.
Pero no.
Una prueba es que volvemos una y otra
vez a él.
Entre las llamas del tiempo; la forma más extraña del infinito.
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