Las Siluetas que dejan las Palabras
Aquì dice que el invierno es -de algùn modo-
fundamental.
Que el poema igual que un semàforo tambièn aguarda
en una esquina.
Aquì. En el interior de este pàjaro se sostiene
o afirma que el corazòn adquiere en sus latidos la forma
de un poliedro. Yo lo creo.
Se afirma tambièn
que el ocèano suspende una brùjula amarilla que
desconocemos en cada uno de nosotros.
Nuestro inconsciente en sueños se alimenta
de ella.
Se habla asimismo del pavimento.
De los carros abandonados en las avenidas.
De los navìos encallados en la arena.
De esos seres en las playas empeñados en mostrar que
uno es màs solitario que otro sin proponèrselo.
Por supuesto la soledad es un asunto cuàntico en
este tiempo. Sus venas son habitadas por arañas.
Aquì en este texto que no terminò de
escribirse y que no destella, ni centellea, ni brilla,
ni todas esas cosas que -por lo general- acompañan
a los textos en su camino al ego.
A su yo narcisista.
El narcisimo claro està es un extraño naufragio.
Un crimen diminuto que a diario cometemos.
Producto moderno y neoliberal estèticamente
hablando.
Aquì en este texto el invierno es -de algùn modo-
-tal como se dijo al principio- fundamental.
Y no porque limite con èl.
No porque sus escamas estèn cubiertas de
navajas.
-eso siempre es lo de menos-
Lo es porque cada celula en ellas devora
metafìsicas.
En las superficies de un martillo de polen.
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