jueves, 16 de julio de 2020

Constantemente






Constantemente pensamos que hay ídolos.
Que recogemos a diario sales de aluminio en las calles.
Con persistencia inhalamos el vapor de otra piel
y es un vapor con reminiscencias de ángulos
y collares marrones.
De druidas de papel en los cabellos.
Con frecuencia
el sudor que posee un conocimiento
se ignora tanto como aquel que desliza sus sienes en 
una metáfora.
Con persistencia elevamos una mimesis
sin ser conscientes de ello. 
Veteranos y puros en una extraña realidad.

Constantemente.
Como si la luz fuese a la vez una sombra
y las siluetas que proyecta sobre la oscuridad nos son 
vedadas igual que el prodigio en los ojos de
una palabra.
En ese punto donde inventamos mástiles
para reconocernos.
Mástiles y hojas.
Serpientes que descubren el mito o el ritual 
en ellas como reductos propicios a una andanada.
A un temblor que conduce girasoles
mientras duermes la exacta naturaleza de un mar
que aún esconde sus heridas.
Debo añadir que el mar resiste en ellas.
Debo concluir que en cada etapa de arroz
el polen es continuo a la lluvia
o algo despunta al poniente
con estandartes de un insomnio sagrado.

Sí.

-también lo has adivinado-

Semejante al que posee todo maleficio.







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