viernes, 31 de agosto de 2018

Convergencia Espíritual





El día es un animal que duerme.
Sí. Ya sé que muchas veces se empieza
con esas palabras un poema o
aquello que aparenta ser un poema.
Quizá por esa razón el día sigue siendo
un animal que duerme.
Que a veces como yo recoge catapultas
o alimenta al caos con migajas.
El caos conoce tanto como yo de esas
cosas.

Y dado que mi yo es una psicología 
muy pequeña
-debo decir tal vez una patología-
reconozco el ser del aire en una bujía.
En un equilatero donde las axilas
confinan un espíritu en una encía casi
material. Casi xilográfica.
Probablemente solida como el verbo
en un diagrama.
Pero que importa eso.
Que importa el relampago cuando
resta.
Cuando suma o detalla la feria de 
un boligrafo con ensenadas de espinas o
heridas que alteraron lo relativo
por sumarse al grito de la lluvia
en un universo que es de
periscopios.

Que agita en lo hiálino sotanas
y despierta en las grietas del aire con
prologos que llevan individualidades y
fosforescentes insomnios

que alcanzan algo màs allà de ese
insomnio

mientras oyen un diálogo en un pedazo
de leña

dialogo siempre de confines 

entre dios y el demonio.









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